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“La lucha por la vida es la ley de la existencia

pero los modernos filirenistas, especialmente el zar

y el rey de Inglaterra, han inventado el arbitraje”.

James Joyce – Ulises.

No le importó que McDonald’s iba a dar una dosis de Prozac en la cajita feliz y se fue de la agencia. En dos días, se había hecho inmune a las bebidas energéticas; su corazón había perdido la apariencia de toro rojo para convertirse en una batería oxidada llena de ácido. La aplicación de unos cuantos miligramos de sueño le permitirían terminar la campaña en la mañana del día siguiente y entregarla en la tarde. La publicidad es tiempo y espacio.

Salió de la agencia y recordó que la libertad es líquida: quedó atrapado en una presa de carros. Pensó aprovechar la presa para idear el copy de la campaña, esa frase que todos los niños le dirían a sus madres cada vez que vieran la “M” dorada. Pero fue inútil, el sueño le bloqueaba todo su cuerpo; le costaba trabajo escuchar las bocinas de los demás carros y su pierna temblaba al pisar el acelerador. Las bocinas le empezaron a sonar como coros que repetían un mismo verso:

“No hay salida,

ni hay perdón.

Damián Quirós,

eres un perdedor”.

El eco del coro mecanizado siguió resonando en su cabeza hasta que llegó a su apartamento. Damián empezó a buscar a su gata pero no la encontró. Se preocupó porque seguramente no le había dado de comer en esos dos días sin sueño, pero luego se imaginó a Umma supliendo sus necesidades alimentarias con los hamsters de la molesta hija de su molesta vecina. Eran las nueve y trece minutos de la noche, lo que significaba que tendría un tiempo aceptable para descansar y despertarse a las siete.

Dándose cuenta que los intestinos son los acérrimos enemigos de Morfeo, fue rápidamente al baño para evacuar su día. Con prisa se bajó los pantalones y sintió el instantáneo frío del inodoro en sus nalgas. Cerró los ojos como de costumbre.

Era casi narcótico sentir que lo inservible salía del cuerpo: lo inútil cae en el agua, luego pasa a la cañería y se olvida para siempre. Su filosofía giraba en torno a una única idea: “Cagar es eficiencia”.

Cuando terminó su labor, se subió los pantalones y jaló la cadena. Empezó a lavarse los dientes, sintiendo que el olor residual de su divina gracia se colaba en su boca. De repente, el inodoro empezó a emitir un ruido gutural.

Damián escupió todo en el lavatorio y fue a revisar. Abrió la taza del inodoro y se percató que un guante amarillo nadaba en el agua. Retrocedió con pánico, resbaló con las cortinas de la ducha y cayó en ella.

El guante amarillo salió de la taza del inodoro a la superficie, dejando ver un brazo con una manga blanca con rayas rojas. Otro guante amarillo salió, permitiendo ver otro brazo con la misma vestimenta. Damián pensó que esa visión era producto de su fatiga, no tenía otra explicación sensata. ¿Cómo un payaso con pelo rojo, traje amarillo, mangas blancas con rayas rojas y grandes botas rojas podía salir de un inodoro?

El payaso salió del inodoro sin ningún problema como si fuera de hule, solamente destilaba agua. Caminó hasta el armario que se encontraba a la par del lavatorio y lo abrió, tomando un paño; luego, bajó la tasa del inodoro, se sentó y empezó a secarse. Observó a Damián en el suelo de la ducha y le lanzó una enorme sonrisa roja.

– Maldita sea, es Ronald McDonald.

Siguió secándose con esmero, su cabello mojado era de un rojo menstrual que le causó mucha repugnancia a Damián. Habiéndose secado parcialmente, el payaso se levantó y le extendió alegremente la mano a Damián.

– Hola, ¿cómo has estado? –dijo Ronald con una voz juguetona mientras le ayudaba a ponerse de pie.

– Es el sueño.

– No, no, he venido aquí para pedirte ayuda. Soy …

– Sé quien es usted. Estoy en medio de una campaña para la maldita cajita feliz –dijo Damián-. Lo siento, pero tiene que irse. Tengo que dormir.

-No lo haré –A Ronald no le gustó la actitud que tomó Damián-. Tienes que venir conmigo a mi hogar. Es urgente.

-¿Qué?

De un bolsillo, Ronald sacó una pistola y le apuntó a Damián.

-No me iré si no vienes conmigo.

– ¡Un momento! ¡Yo no quepo en el inodoro! –dijo Damián entrando en pánico.

Ronald McDonald sacó de su bolsillo una pastilla roja y amarilla, con la famosa “M” en el centro, y se la dio a Damián.

-Es un supositorio.

– No, no …

-Es la única forma, amigo.

– Pero, ¿cómo va a hacer que yo llegue a …

-¡Métetelo ya! –gritó Ronald agudamente.

-¿Me podría dar un poco de privacidad?

Al ver el cañón de la pistola tan cerca de su frente, Damián se bajó los pantalones, recordando luchas épicas que habían tenido él y su madre hace muchos años. Poniendo en práctica el procedimiento que había hecho hace algunos minutos, sólo que al revés, sintió al invasor reptar por su recto y subir por sus intestinos hasta que no lo percibió. Seguidamente, su mundo se apagó súbitamente, siendo su último recuerdo Ronald McDonald guardando su pistola.

Despertó encima de una mesa. Se levantó y se percató que se encontraba en un restaurante McDonald’s. Ronald se encontraba, ya con ropa seca, sentado en la mesa contigua.

– Pensé que nunca te ibas a levantar, amigo.

– ¿Dónde diablos estoy?

– En el Mundo McDonald’s.

– Quiero volver, por favor.

– No lo harás, por lo menos hasta que me ayudes.

Damián estaba mareado, por lo que intentó levantarse sin lograrlo. Ronald saltó y lo ayudó a recobrarse.

-Amigo, te voy a llevar a mi restaurante favorito. Podremos darle un vistazo al Mundo McDonald’s.

– Ya que estoy aquí, dígame Damián –dijo el publicista no creyendo su situación.

Salieron de ese restaurante. Damián se recuperó inmediatamente gracias al sobresalto que sintió al ver cómo era ese mundo: miles de restaurantes McDonald puestos en fila hasta dónde alcanzaba la vista. Mientras caminaban, sólo se percibía una orgía de rojo y amarillo por doquier. Cada restaurante era un poco diferente a los demás, ya fuera por la fachada o por cómo estuviera distribuido por dentro; sin embargo, todos exhibían la misma gran “M” dorada por fuera. Ronald sonreía alegremente.

–  Bello, ¿no?

Ronald guió a Damián hacia un restaurante un poco más grande que sus vecinos. Entraron y tomaron asiento en una mesa el uno frente al otro.

– Te traje aquí porque en cada cajita feliz vendrá, además del divertido juguete, una pastilla de Prozac.

– Yo sé. Estoy trabajando en la campaña de lanzamiento.

Del mostrador llegó una pajarita de gran estatura. Llevaba una bandeja con un Big Mac y unas papas.

– Aquí está lo que pidió para nuestro invitado, maestro.

Dejó la bandeja y se fue hacia la cocina, ubicada detrás del mostrador.

– ¿Maestro?

– En este mundo me llamo Sócrates.

– ¿Cómo es que …

– Debes de estar hambriento por el viaje, ¿no? Come, es para ti.

Damián, sin entender mucho, se llevó a la boca una papa y sintió que estaba comiendo un pedazo del Paraíso. Ninguna comida en su vida había tenido tanto sabor como esa papa. Probó otra y sintió el mismo éxtasis. Mientras tanto, Ronald McDonald sonreía con placer.

– La empresa McDonald’s está implementando el Prozac para que los niños me olviden.

Damián se detuvo un momento, pero siguió comiendo; ahora sentía los orgásmicos placeres del Big Mac en su paladar.

– ¿Y por qué la empresa quiere que lo olviden? –preguntó Damián con la boca llena-. Pensaba que el Prozac era para combatir la hiperactividad de los niños.

– He tenido muchas disputas con la presidencia –dijo Ronald conservando su voz aguda pero con tono trágico-. Parece que esta es su estocada final. Por eso, te voy a pedir un gran favor.

– ¿Cuál? – Damián tenía una masa de placer en su boca.

– No entregarás tu propuesta de campaña mañana.

– No puedo –dijo Damián terminando de tragar un buen pedazo de hamburguesa-. La agencia está promoviendo una nueva política de competencia entre empleados. Es decir, mi propuesta de campaña va a competir contra la de otra persona. Al final eligen la mejor. De todos modos, ¿de qué va a servir que no entregue mi propuesta?

– McDonald’s no va a implementar esa medida sin una buena tajada de publicidad.

– Igual, hay miles de agencias –dijo Damián dándole un gran mordisco al Big Mac-. Cualquiera podría desarrollar la campaña.

– Yo puedo ser muy persuasivo –expresó Ronald con alegría-. Trabajo poco a poco. ¿Quién es tu competidor en la agencia?

– Un nuevo creativo que contrataron hace como mes y medio, creo que se llama Ricardo Quesada.

– Entonces, ¿me vas a ayudar?

– No puedo. Si no la entrego, me voy a meter en problemas con el encargado de la cuenta y puedo hasta perder mi trabajo. Le recomendaría contratar a otra agencia para hacer la contra campaña –Damián terminó de comer toda su comida, agarró una servilleta y se limpió-. Por cierto, ¿puedo pedir más?

Ronald McDonald se acercó a Damián con una sonrisa desafiante.

– Traté de ser lo más amable posible …

– Bueno, vine amenazado con una pistola – interrumpió Damián.

– Es el juguete de este mes en la cajita feliz –dijo Ronald con furia-. No quería llegar a esto pero no me queda de otra: si entregas la propuesta de campaña mañana, morirás envenenado.

– ¿Cómo? – preguntó Damián pensando que estaba recibiendo una amenaza hueca.

– Toda la comida de McDonald’s es venenosa, y sólo tiene un único antídoto: la gaseosa. Si prometes no entregar la propuesta, te daré el vaso de Coca-Cola que faltaba en el combo que te acabas de comer.

-¡Es mentira!

– Piénsalo bien. ¿Has comido alguna vez en un restaurante sin tomar una refrescante gaseosa?

Damián se tiró hacia el mostrador, saltó y fue directo hacia el dispensador de refrescos. Cogió un vaso de una pila de vasos que estaba a la par y presionó el gatillo del dispensador con toda su fuerza. Empero, no salió nada.

– Esta vacío, Damián – dijo Ronald desde la mesa-. Yo tengo la llave que lo abre. Por cierto, el veneno tarda tres minutos en hacer efecto.

Damián volvió a saltar el mostrador y se dirigió a la puerta más cercana. Trató de abrirla pero no lo logró. Empezó a darle patadas pero no cedía. Observó otra puerta al lado contrario, corrió hasta ella, para tomar fuerza e impulso, y se abalanzó con todo su cuerpo; sin embargo, no dio resultado.

– El cierre eléctrico es un gran paso para la humanidad, ¿no? –dijo Ronald mientras reía.

Damián se dirigió a la mesa y se hincó ante Ronald McDonald.

– Por favor, por favor –suplicó con demencia-. No puedo perder mi trabajo.

– Puedes buscar una buena excusa.

– No sabe cuánto me costó conseguirlo, tuve que ser pasante por seis meses, no me pagaron, pasé hambre … ¿De qué va a servir que no entregue mi propuesta?

– El tiempo es como la muerte, sólo pasa.

Damián se agarró su pelo, queriendo comprobar que ninguna Dalila le había quitado su fuerza. Se levantó y le lanzó un gancho directo a la mejilla derecha de Ronald McDonald. Este se desplomó sobre la mesa, impactando su nariz contra ella. Damián cayó al suelo, sintiendo que no podía respirar, que no se podía mover.

Ronald se incorporó con un poco de sangre en su nariz; pero se mostraba alegre, como si no hubiera recibido el golpe. Tomó la servilleta sucia que había dejado Damián en su bandeja y se limpió.

– Ahí lo tienes, amigo –dijo-. ¿Sientes esas cosquillas? Es el veneno bloqueando tus neuronas.

– Esto es … esto es un sueño –exclamó Damián entrecortadamente.

-Si mueres en un sueño, mueres en la vida real. ¡Es lógica pura!

Damián dejó de sentir sus piernas, luego sus brazos, luego todo su cuerpo. Sólo podía percatarse de la presencia de su cabeza, como si hubiera sido amputada y estuviera flotando.

– Está bien … ¡acepto!

Ronald McDonald brincó hasta el dispensador de refrescos, insertó una llave en un costado de este, tomó un vaso, le puso hielo y sirvió Coca-Cola. Mientras tanto, Damián convulsionaba en el suelo. Ronald llegó hasta él y le dio un largo trago del preciado antídoto negro. Las burbujas que sintió Damián bajar por su garganta vitalizaron inmediatamente todo su cuerpo.

– El libre albedrío consiste en elegir entre una Coca-Cola o una Pepsi –expresó Ronald McDonald mientras lo ayudaba a levantarse.

Al ponerse de pie, Damián se tomó todo el vaso de un trago. Ronald sacó un largo contrato de su bolsillo y le extendió un lapicero a Damián. Este nada más firmó, sin leer nada.

– Prometo que contactaré a tu compañero, a Ricardo Quesada para convencerlo de no entregar su propuesta.

– Y a todas las agencias que les ofrezcan la campaña – recomendó Damián de manera fatigada.

– Tenemos que volver a tu casa – informó Ronald quién mostraba la misma sonrisa roja de cuándo estaba sentado en el inodoro de Damián secándose.

– Si tengo que meterme un Big Mac por el culo, lo hago; nada más regresemos, por favor.

– Tranquilo, no hace falta –dijo el payaso en tono paternal-. Para irte, tienes que tomarte una pastilla.

Inmediatamente, Ronald McDonald le dio a Damián una pastilla igual a la que había entrado por detrás suyo, este se la tragó con sólo su saliva y vio todo desvanecerse.

Damián se despertó en el suelo de su ducha. Se levantó y abrió la tapa de su inodoro: todo estaba normal, sólo había agua. Se fijó en su reloj y se dio cuenta que eran las diez de la mañana.

Salió de su casa apresuradamente, encendió su carro y se fue hacia la agencia. Había firmado el contrato con Ronald McDonald, pero tenía que entregarle algo al encargado de la cuenta, aunque no fuera viable. Después de todo, siempre había interpretado a Poncio Pilatos cuando estaba en la escuela; así, todo recaería en su compañero, en Ricardo Quesada, y él sólo se lavaría las manos.

Entró a la agencia, fue a su cubículo y encendió su computadora. Tenía que entregar todo en la tarde, pero ya sabía cuál sería su copy:

“Vete al diablo, Vladimir Propp”.

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